Faltaba media hora para el anochecer cuando llegaron al puerto de Monvejo. Había sido un día tranquilo y cálido, pero cuando se pusiera el sol la temperatura bajaría con rapidez. En aquel momento el sol se ocultaba por el oeste, arrancando reflejos rojos desde detras de las montañas y extendiendo rápidamente sus sombras para sumir al valle en una ficticia oscuridad. Todavía tenían tiempo, pero debían empezar a preparar el campamento para cenar preferiblemente con algo de luz natural y meterse en la tienda en cuanto hubiese oscurecido. ¡Echarían de menos la cueva de la noche anterior! Loriot no había pensado hasta ese momento en cómo dormirían. Los monteros llevaban una ligera y pequeña tienda en la que apenas cabían los cuatro y en la que ni siquiera podían ponerse de pie, pero no había pensado en dónde dormiría Meriel. Íba a ser difícil que durmiesen los 5 en la tienda, ni siquiera 5 monteros lo hubiesen hecho con un mínimo de confort, máxime teniéndo en cuenta que esta vez uno de los ocupantes se trataba de una mujer.
-¡Le cederé mi lugar! -pensó, sin que le hiciese mucha gracia- Hoy la noche va a estar despejada, por lo que caerá una helada de impresión... Será duro vivaquear al raso, pero en peores circunstancias me he visto. Y no puedo decirle que se quede fuera, ni pedírselo a ninguno de mis compañeros; debo ser yo quién asuma este inconveniente.
El puerto de Monvejo en realidad está formado por 2 collados, el primero al que habían llegado subiendo por el hayedo y uno segundo a apenas 15 minutos de marcha siguiendo un ancho sendero que rodeaba la ladera sin ganar ni perder nivel. Siguieron este sendero jalonado de mostajos y serbales, ahora desnudos y cubiertos de nieve, para llegar a un pequeño pero espeso acebal en el que pernoctarían, justo antes de llegar al segundo collado. Siempre que es posible es buena idea elegir un acebal (o acebedo, como lo llaman los monteros) para pasar la noche, porque debajo de los acebos la temperatura es más templada que en el exterior, circunstancia que no sólo aprovechan los humanos (sobre todo Loriot, si va a vivaquear) sino sobre todo las caballerías que les acompañan, que además puede aprovechar para mordisquear las hojas de los acebos como uno de los pocos alimentos disponibles en estas fechas.
-Este es el mejor sitio -dijo Loriot dirigiéndose a Vilnius, Káspar y Mehl-.
Éstos ya lo sabían, porque era uno de sus lugares habituales de acampada. Incluso todavía estaba allí los restos de la fogata que hicieron la última vez.
-Solemos acampar en este lugar bajo el abrigo de los árboles -explicó a Meriel-, que asintió levemente como si ya lo supiera.
Vilnius y Mehl encendieron un fuego que proporcionó al grupo una agradable sensación de confort, mezclando la calidez de las llamas con el olor a humo, que enseguida se acompañó del aroma de los Urogallos que Káspar comenzaba a asar. Mientras, Loriot comenzó a montar la tienda, tarea a la que Meriel se sumó para sorpresa de Loriot, que aprovecho la situación para tratar de entablar una conversación más personal:
-Te mueves con mucha soltura en estos montes. ¿Eres de aquí?
-Soy de muchas partes, pero se puede decir que SÍ. Aquí está el centro en torno al cual gira mi vida y al que está ligada mi existencia, de modo que supongo que es correcto decir que soy de aquí.
-En estas montañas no hay demasiadas personas, y al final casi todas nos conocemos; en cambio no te había visto nunca. Y sin embargo, tampoco puedo decir que me resultes desconocida. ¿Quién eres?, ¿Cuál es tu Clan?, ¿Quién es tu padre? Por fuerza tengo que conocer a algunos de tus familiares.
-Conoces las respuestas a todas esas preguntas y me conoces a mí, aunque tal vez no lo sepas. Y perdona que no te de más detalles. No quiero ser descortés, te estoy muy agradecida por lo que estás haciéndo y te lo estaré más si no haces preguntas. Cuando llegue el momento, si llega, sabrás las respuestas. Hasta entonces, respeta mi silencio y no te ofendas por él.
Loriot asintió, desconcertado pero extrañamente satisfecho, y sin poder entender cómo la confianza y aprecio que desde el primer momento había sentido por aquella mujer crecía incesante e inexplicablemente. Pensó explicarle la distribución que había planificado para pasar la noche, pero no le dio tiempo, ya que antes, como si le hubiese leído el pensamiento, ella añadió:
-No necesito un lugar en la tienda. Como bien has dicho, "soy de aquí". He vivido y dormido muchas veces en estos valles, en realidad SIEMPRE lo he hecho. Prefiero pasar la noche libre antes que encerrarme dentro de una tela. Sé que vosotros estaréis más agusto dentro de la tienda y lo respeto, pero yo estaré mejor fuera. Cenad, lo necesitáis. Yo os veré por la mañana.
Sonriéndole dulcemente se incorporó, y sin dejar de mirarlo se alejo hacia las sombras y desapareció entre los acebos, como si se integrase en ellos. En los árboles, en el bosque, en el arroyo y en la montaña; como si todo y ella fueran uno.
Loriot se quedó estupefacto. No sabía cómo explicar aquello a sus compañeros, así que lo hizo brevemente sin tratar de borrar las miradas de incredulidad que le dirigieron, pero todos cenaron alegremente. Fue una buena cena después de un día no demasiado duro, estaban safisfechos; y enseguida se fueron a dormir. Las mulas se acurrucaron sobre una superficie cubierta de helechos secos, y sólo Mehl se quedó un rato en el exterior de la tienda, junto a los últimos rescoldos del fuego, disfrutando del final de la jornada mientras masticaba su sempiterna madreselva. Un sutil aroma a esta planta, extraño junto a la nieve y el frío del invierno, los trasladó a todos a una acogedora primavera justo antes de dejarse abrazar por el sueño. Cada uno de ellos pensaba en sus proyectos, pero Loriot... Loriot pensaba en Meriel.
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