martes, 27 de noviembre de 2012

Final

Estaba cansado como si la vida se le escapase por todos los poros de su piel. Ya no tenía sueño, ni hambre, ni dolor, ni tristeza; en realidad ya no sentía nada. Caminaba sonámbulo, como si fuese otra persona y se observase desde el exterior; como si su cuerpo no fuese suyo. Llegó a lo alto de una loma que dominaba toda cabiria, a la que observaba como un ser herido que se lame las heridas y comienza a recuperarse. Los fuegos y las luces iluminan en penumbras la ciudad, cuyos habitantes como riego vital comienzan a levantar. A su espalda, las montañas (sus montañas) empiezan a perder su manto de nieve que se va retirando a las cumbres mas altas, mientras en sus faldas las prímulas y las anémonas comienzan a aparecer. Las madreselvas (esas que tanto complacieron a Mehl) comenzaban a brotar y en algunas semanas también florecerían, llenando con su aroma el camino de vuelta a casa; aunque Loriot ya no sabe dónde está su casa, ni siquiera sabe muy bien quién es ahora él. Mariel ya no existe, como ya no existe su mundo; y tal vez él tampoco exista o esté próximo a dejar de existir. Tal vez ya no merezca la pena en un mundo sin magia, sin hadas, y sin misterio; o al menos no para Loriot. El sol comienza a insinuarse detrás de las montañas de su derecha, cuyas cimas brillan con un resplandor blanco y rojo, proyectando alargadas sombras y llamaradas de cegadora luz amarilla sobre el paisaje. Los fuegos se van apagando, y un cierto bullicio comienza a palpitar en la ciudad, como si respirase, como si se estuviese incorporando. Un asomo de alegría le araño el estómago como el orgullo de un padre que ve nacer a su criatura, mientras percibe que su tiempo se ha acabado; y volviendo la cara hacia el norte, observó cómo su mundo cambia sin vuelta atrás.

-Ha llegado el momento -pensó-,

Y se incorporó lentamente, decidiéndo no mirar atrás, y emprendió el camino de vuelta; aunque sabía que ya no volvería él mismo, pero lo único que podía hacer era emprender un retorno en solitario que lo llevaría a una vida que ya no existía. En el camino se adivinaba ya la primavera, mientras a su espalda, por primera vez en esta nueva era AMANECE EN CABIRA.

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