Abrió los ojos perezosamente sin querer abandonar totalmente la calidez del sueño, mientras percibía su figura estilizada disponiendo comida alrrededor de los restos del fuego de la noche anterior. Era alta, tan sólo un poco menos que Loriot, y se movía gracilmente mientras su cabellera morena le caía ordenadamente hasta debajo de los hombros. Su piel parecía muy clara, casi traslúcida, un poco sonrosada en mejilla y labios; y ni siquiera las desgastadas pero impecables ropas de travesía que llevaba ocultaban la feminidad que trasmitía cada uno de sus movimientos. No se sobresaltó, aunque una extraña manipulando su equipo fuese motivo de alarma. Sintió una agradable confianza, casi familiaridad, contemplando aquella escena. Un sutil aroma a café (¡café en una expedición!) invadía la estancia, desplazando en parte la pesadez de la humedad del ambiente. Por la puerta comenzaban a entrar directamente los primeros rayos del amanecer, llenando de tintes rojos la entrada de la cueva.
-No madrugáis mucho para ser monteros -dijo sin mirarlo mientras acababa de preparar el desayuno-.
Los monteros son recelosos, y por este motivo Loriot se extrañó un poco de la confianza que le inspiraba aquella desconocida, pero su presencia y su voz le aportaban un sentimiento de sosiego y familiaridad que le resultaba a partes iguales desconocido y placentero.
-Hoy no es necesario, y ayer fue un día intenso -contestó-. No tenemos prisa.
Sus compañeros todavía dormían, y empezó a moverlos mientras le preguntó:
-Debiste llegar ayer, al menos si eres quién esperamos, porque poco sé de ti. Ni siquiera qué quieres de nosotros...
- Anoche percibiste que ya estaba aquí antes de vuestra llegada, pero no era necesario que me viéseis hasta ahora. Mi nombre es Meriel, de momento con esto debe bastarte. Debeis acompañarme a Cabira, que si no me equivoco es vuestro destino; y tan sólo espero viajar con vosotros hasta allí. Pero eso ya debió explicartelo quién te propuso este viaje.
-Me explicó varias cosas, y no sé si me conviene saberlas todas. En todo caso, cuentas con nuestros servicios. Mis compañeros te parecerán rudos, pero son leales y te ayudarán en todo lo que necesites. Mira, ya se están despertando... ¡Acercaos!. Éste es Mehl, el mayor y más experimentado de todos nosotros. Éste es Káspar, el más joven y activo; y aquél de allí, que ya está preparado para la marcha, es Vilnius. Ya nos irás conociéndo. Yo soy Loriot, dirijo al grupo pero no doy órdenes; aquí nadie las da. ¿Necesitarás ayuda con tu equipaje?.
-No, todo lo que necesito lo llevo en esta mochila. Y lo que no llevo encima lo encontraremos por el camino.
-Entonces bajemos. Terminaremos de desayunar en la Fuente.
Y el grupo descendió por la senda que llevaba de vuelta al camino, entre las hayas y los tejos, apenas cubiertos por algunos centímetros de nieve que disminuían a medida que bajaban.
La fuente de Gwen es una antigüa construcción en piedra perfectamente tallada, cuyo origen nos es desconocido. Hoy nadie recuerda quién la construyó, ni las técnicas que emplearon para hacerlo, ni el significado de las marcas grabadas en su borde. Todo ello contribuye a crear un halo de misterio que favorece la aparición de historias. Situada sobre la ladera de la montaña, en una curva junto al camino de Monvejo, se dice que es un lugar frecuentado por seres mágicos y una puerta al mundo élfico. Un caño surge de la pared de piedra que sostiene la ladera para caer sobre un pilón rectangular, en cuyo fondo aparecen en primavera larvas de tritón. El agua sobrante vierte por un lateral hacia una alcantarilla construída del mismo modo, que atraviesa por debajo, a gran profundidad, el camino; para salir al otro lado y descender colina abajo, formando un pequeño arroyo hacia el valle. Es un rincón húmedo y templado, envuelto en permanente niebla, en el que la espesa capa de nieve desaparece y los musgos cubren todas las superficies posibles. Los viajeros suelen parar en este lugar mágico y reconfortante para reponer fuerzas del cuerpo y del espíritu, pero nunca permanecen demasiado tiempo en él como temerosos de lo desconocido. Vilnius sonrió por primera vez en el viaje, adoraba este lugar y Loriot lo sabía. Dejó que lo disfrutase en solitario, un poco separado del grupo que acababa de desayunar mientras presentaba a la misteriosa acompañante, dejando para más tarde las instrucciones básicas de la jornada.
La mañana estaba clara y despejada, el sol les calentaba el cuerpo; y aunque la nieve caída la noche anterior les dificultaría el avance, el grupo estaba descansado. El ambiente parecía animado, hasta Vilnius se terminó por presentar con la cortesía de que hace gala cuando está de buen humor. "Es un buen comienzo para la jornada" -pensó-.
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