domingo, 25 de noviembre de 2012

01-El frío...

El frío se habría soportado fácilmente sin el viento, que les atravesaba la ropa con un gélido abrazo y levantaba finísimas chispas de hielo que les arañában la cara. El grueso abrigo que los cubría apenas descuidaba algún asomo de piel, asemejándolos a una manada de peludos espectros sobre la nieve seguidos de sus mulas. Avanzaban lentamente y en silencio, algo impropio de un grupo de monteros, que como en trance caminaban con torpeza, sin emitir palabra y sin producir sonido. Un grueso tapiz de nieve silenciaba el avance del grupo, y el furioso bufido del viento llenaba la atmósfera espesa y helada que los rodeaba. Arrastran esta fatiga desde el inicio de la jornada, cuando salieron de Mestar, sintiendo un frío azul en el cuerpo y un blanco cegador en los ojos que les impedía percibir los detalles de la senda por la que suben la ladera boscosa de Monvejo. No lo necesitaban, pues el pequeño grupo de monteros conocía cada piedra, cada boj, y cada hito de los que delimitan el Camino que les conducía a Cabira.

-Vamos retrasados -dijo Loriot, el hombre de largo pelo negro y barba descuidada que dirigía al grupo-. Debímos haber comido en la fuente de Gwen y tendremos suerte si llegamos para dormir.

-A dormir llegaremos -matizó Kaspar-, porque no hay otro sitio antes para hacerlo. Tampoco después hasta casi el final de otra jornada, de modo que queramos o no... Esta noche dormiremos en una cueva húmeda pero caliente.

-Sí, pero no querría que nos retrasásemos -insistió Loriot-. Apenas queda una hora de sol, y en cuanto se ponga la temperatura bajará rápidamente y todavía será más difícil avanzar. Por no hablar de los lobos.

-Los lobos están a cualquier hora. Hay una manada que nos acecha desde que salimos del pantano y empezamos a subir entre el primer bosque de acebos -añadió Kaspar frunciendo el ceño-.

-Pero de día nos temen y de noche los tememos -sentenció Mehl, que cerraba el grupo-.

-Yo no les tengo miedo a ninguna hora -zanjó Loriot apretando la marcha-, dando a entender que la conversación había terminado y que convenía guardar fuerzas para caminar.

La luz disminuía rápidamente, alargando las sombras de los árboles que se transformaban en penumbra; el blanco cegador cambiaba a un desagradable gris ciego, que tampoco les permitía ver demasiados detalles del camino. Ya casi era de noche cuando se acercaban a la Fuente de Gwen, que entre las sombras no pudieron distinguir pero si escuchar, ya que el recodo en que se encontraba les proporcionó alivio del viento, a la vez que un abrazo cálido y húmedo les indicaba la dirección de la cueva termal en que pernoctarían.

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